Al alba, gozosos y apestando a aguardiente irrumpieron resueltos a llevárselo. Él se resistió cuanto le permitieron las fuerzas, pero nada pudo contra los fornidos zagales que iban con el patrón. Ella, nerviosa durante el forcejeo, se metió por medio, algo que el patrón castigó con dureza propinándole una patada en el vientre que la impelió a permanecer aterrada en una esquina.
Libre de impedimentos e inmovilizada la víctima, el patrón empuñó con maestría el acero, para, con un golpe seco y preciso, herirlo por primera vez.
Embargado por la rudeza del dolor no opuso resistencia, y con el acero aún dentro fue arrastrado al exterior sin presentar batalla.
Con acusado entusiasmo lo condujeron a un tronco en la plaza donde trabar sus extremidades; fue entonces cuando supo que pretendían matarlo, y se revolvió en un absurdo y desesperado intento por conservar la vida.
Una vez atado, su verdugo reemplazó el garfio con el que lo sujetaba de la cara por un enorme cuchillo, que lentamente introdujo en la blanda carne de su garganta arrancándole un grito que se oyó en cada rincón del pueblo. Agarrado por una docena de manos se convulsionó, hasta que el último borbotón de sangre cayó al balde donde una niña la movió con un cucharón hasta enfriarla.
Su cadáver fue pelado y escaldado, colgado y destripado; y llegado el momento comieron su carne. Fue un día animado, y al anochecer volvieron a sus casas sonrientes y con pedazos de él bajo brazo, deseosos de que llegara la próxima matanza.
2 comentarios:
Fíjate que desgraciadamente las injusticias entre humanos se asemejan a lo que trasciende de tu relato.
Pero escribe ya algo, mamona, esto lo escribiste hace dos años!
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