No resulta fácil para nadie asimilar el hecho de que más allá de ese negro mar de pesadilla preñado de miedos e inseguridades que se alberga en cada subconsciente, existe una abrupta realidad con tendencia a permanecer velada hasta que decide formar parte activa en nuestra existencia; y entonces, y sólo entonces, comienza a dar cuenta de nosotros el verdadero dolor, un dolor que únicamente puede compartir nombre con el que antaño conocimos; demasiado real, demasiado terrible para ser concebido por el alma humana. Las pesadillas, después de todo, no son más que sueños ingratos en los que su efímero padecer apenas es proporcional al consuelo liberador que trae consigo el despertar.
Ahora sé que cuando dicho dolor es producido por una verdad inamovible, puede llegar a perdurar tanto como aquel que está destinado a sufrirlo.
Ahora sé que cuando dicho dolor es producido por una verdad inamovible, puede llegar a perdurar tanto como aquel que está destinado a sufrirlo.
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